A un cuervo y los huracanes que, desde lugares desconocidos, traen de vuelta olores de humanos enamorados (Madrid, España)

 



La exposición, la primera que se le dedica al kosovar Petrit Halilaj en Madrid,  nos muestra un extraño jardín surrealista, al que se accede a través de una empalizada y en la que vemos una serie de flores gigantes: amapolas, lirios, cerezo y forsythias. Todo este decorado está basado en el ritual de apareamiento de los bowebirds que son unas aves de Australia y Papua-Nueva Guinea que se caracterizan por la curiosa costumbre de construir una empalizada (bower, en inglés) en la que colocan flores y otros objetos vistosos para atraer a las hembras. En este sentido Halilaj ha transformado el Palacio de Cristal en una continuación del  parque de El Retiro en el que está inmerso, abriendo las ventanas y depositando reclamos a las aves y desarrollando un espacio onírico en que cada una las flores, de acero y lienzo pintado, simbolizan la unión con su compañero, el también artista Álvaro Urbano, tratando de exponer públicamente su relación sentimental: " Las flores son el símbolo tradicional del amor y de la celebración, y trazan un mapa de mi relación con mi pareja. Con sus majestuosas dimensiones reclaman un espacio de exhibición de lo que a veces nos vemos obligados a ocultar" confiesa Petrit. También se encuentran dos enormes patas de ave de 14 metros de altura en los que sus dedos se juntan como símbolo de la unión y el apoyo mutuo. Sin embargo, allí en un rincón de la instalación nos sorprende una figura de espaldas vestida de blanco. Al enfrentarnos con ella, nos asombra un ser antropomorfo con cabeza de cuervo blanco. Sostiene un mazo que agarra entre sus manos. Dicho mazo pertenecía al abuelo de Halilaj y  representa  el instante preciso en el que le comunican que su esposa ha dado a luz a su primer hijo. En ese momento aferra esa herramienta con fuerza tratando de reprimir la alegría que siente, en una sociedad en la que demostrar los sentimientos estaba mal visto. Por ello, las grandes escalas y las enormes flores en las que Halilaj compone este onírico escenario suponen la necesidad del autor de escenificar su relación homosexual situándola en un contexto en el que busca la aceptación del público.


 














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