El Tophet (Cartago, Tunez)



Le Tophet, s'il vous plaît?

Es un lugar difícil de encontrar. Cuando preguntas a los lugareños, éstos menean la cabeza con una sonrisa nerviosa y después se alejan mirándote como a un bicho raro. Ello no nos debería preocupar, pues no olvidemos que somos turistas raros y estamos buscando esas cosas que, a veces, el turista convencional se salta. Cuando pregunté, por última vez, dio el mismo resultado: La misma negativa  y también la misma mirada de soslayo. Aunque la casualidad  nos echó una mano (En 2oo6, aún no estaba generalizado el Google Maps) e hizo  que nada más preguntar a este paisano, me encontrara de golpe y porrazo con la puerta de este curioso  y desconocido, paraje.
Los turistas no suelen venir aquí. Los autobuses llenos de japoneses se detienen en los yacimientos romanos. Visitan las termas de Antonino, los mosaicos o el anfiteatro y luego siguen su camino a otros llamativos lugares como el pintoresco pueblo Sidi Bou Said. 
El exterior es poco llamativo: Una vulgar tapia en una calle cualquiera de un anodino barrio, en una calle con casas bajas cerca de los Puertos Púnicos. Tal vez sea esa la razón por la que este lugar pasa desapercibido, incluso para los mismos vecinos. Eso o tal vez un aura de maldición insana que impregna este lugar. 
En una improvisada taquilla a la entrada, un aburrido funcionario me sella la parte correspondiente de mi entrada a las ruinas de Cartago. Esa que la mayoría de los turistas pagan pero se dejan sin sellar. Cuando entras aquí, en una primera mirada, lo que ves es un descuidado, polvoriento y poco atractivo solar. La tierra parece estar removida y unos exuberantes arboles crecen entre unas extrañas lápidas. Iker Jiménez en su libro Fronteras de lo Imposible lo define de la siguiente manera: “A pesar de que el lugar parece ser como un sarpullido de lejana vergüenza en algunos tunecinos, logro acceder a un verdadero cementerio del año 800 antes de Cristo. Es el Tophet, el recinto más sagrado y tenebroso de Túnez. En su interior, desperdigados bajo la sombra de los árboles retorcidos, surgen de la tierra las lascas de piedra con las efigies de niños sacrificados. Retratos de hace tres milenios de aquellos que involuntariamente dieron su vida en honor de los dioses”.

Tal vez sea el significado que sugiere el  nombre del lugar, lo que de algún modo repele a esta gente cuando les preguntas por su localización. Aunque no consta en ninguna inscripción púnica, se barajan dos orígenes, para la palabra tophet” y ambas proceden del hebreo: toph (tambor) porque se utilizaba el ruido de tambores para no oír los llantos  de los niños o tal vez taph o toph (quemar). Otras acepciones le dan el significado de infierno o lugar aborrecible. Como vemos todas son  igualmente terribles por su evidencia


Estelas (Patrick Giraud. Creative commons)
Simbolo de Tanit, tal como aparece en las estelas (I Pradigue C.Commons)




















Excavado en los años 20 del siglo pasado, se encontraron hasta 20.000 urnas con cenizas y huesos de niños pequeños. Parece ser que esta necrópolis abarcaba una superficie mucho mayor pues, no en vano, era uno de los mayores cementerios conocidos de los cartagineses.
Las estelas que se han salvado del expolio están dedicadas a las  deidades Baal y Tanit.
 El rito Molk propio del mundo fenicio suponía el culto al terrible dios Moloch (otro de los nombres de Baal o Cronos, como le llamaban los griegos) incluía el sacrificio de niños para aplacar su ira. De hecho, se sabe que existían estatuas del Dios que estaban huecas y en su interior se prendía una enorme pira donde se arrojaban los bebés de las mejores familias. El historiador griego Diodoro Sículo escribe: “Había en la ciudad una imagen de bronce de Cronos con las manos extendidas, las palmas hacia arriba y cada niño que era colocado en ellas era subido y caía por la boca abierta dentro del fuego”. Parece ser que cuando una calamidad acontecía, era común este tipo de sacrificio pues se pensaba que se había disgustado al dios y de esta manera, entregando a su bien más preciado, su propio hijo, se pretendía contentar a la monstruosa deidad y prevenir, de esta manera, males mayores. la arqueóloga francesa H.Bénichou-Safar basándose en los hallazgos arqueólogicos describe de esta manera el rito Molk  
"En el área del Tophet, o en sus cercanías, se instala al aire libre una pequeña pira hecha con ramas de pino... en ella se deposita un recién nacido o un niño pequeño (a veces dos) boca arriba, en contacto directo con las ramas, o tal vez aislado de ellas mediante un cesto o algo similar. Va vestido o envuelto en una tela sujeta por alfileres. Nada permite adivinar si está vivo o muerto pero, si está vivo, sus miembros han sido trabados porque no se mueve. Se prende la hoguera. Antes de que empiece el proceso de cremación, a veces después, se deposita al lado del niño una parte o la totalidad de un animal recién nacido. No se atiza el fuego, sino que se orea para asegurar la combustión del conjunto. Cuando se considera que la carbonización es suficiente, se apagan las ascuas con un puñado de tierra o arena." de su libro de 1988, "Sur l'incinération des enfants aux tophets de Carthage et de Sousse."



Moloch


Bien es cierto que a los romanos y griegos no les agradaban mucho los cartagineses y tal vez se diera una deliberada propaganda acerca de sus demoniacos cultos. Una especie de “leyenda negra” similar a la que fomentaron los ingleses sobre los españoles y su conquista de América. Debido a ello, se ha debatido durante mucho tiempo si estos sacrificios tuvieron lugar o no.
Sin embargo, modernas investigaciones dirigidas por la profesora Josephine Quinn de la Universidad de Oxford  sugieren que  bien pudieran realizarse estos abominables actos:  … Cuando se reúnen y cruzan todas las pruebas – arqueológicas, epigráficas y literarias – el resultado es abrumador: ellos mismos mataban a sus hijos, y a partir de las pruebas epigráficas concluimos que estos sacrificios se hacían no sólo como una ofrenda para futuros favores, sino como una forma de pago de una promesa que había sido escuchada por los dioses” dice Quinn en declaraciones al periódico The Guardian.


Vista de una estela funeraria 

Sea de una manera u otra, el Tophet tiene algo perturbador. Una impregnación de unos hechos que sucedieron hace más de dos milenios y  que quizás no desaparezca jamás. Camino, en todo momento solitario, entre las estelas dedicadas a Tanit  y es perceptible una extraña sensación de desasosiego que invade el lugar, en el que parece que incluso los pájaros han dejado de cantar. Me introduzco en una especie de túnel tenebroso que uno interpreta como lo más hórrido del lugar.  Un agujero oscuro como la boca de aquel dios-ogro que tragaba niños. Aquí también hay estelas funerarias. Sorprende lo poco cuidado de un lugar tan importante desde el punto de vista arqueológico. El hecho de meterte en esta especie de gruta es inquietante, pues sospechas que estás en un habitat idóneo para ratas, serpientes, arácnidos  y otras alimañas de tamaño africano. Pero no me encontré ninguna. Tan sólo el silencio y la oscuridad rota por un rayo de sol que se introduce por un agujero. 
Uno se va aliviado de aquí. El Tophet de Salambó, ya sea por el abandono o por la sugestión que transmite este lugar será siempre un lugar maldito.

Estelas funerarias situadas en una estancia subterranea (Patrick Giraud creative commons)




                                                                                                                                                      ***

El Tophet está en la Rue de La Goulette a 500 m. de la estación Carthage Salambo. Unida por tren de cercanías a la ciudad de Tunez.

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