Sivriada. El Apocalipsis canino (Estambul, Turquía)




Para quien visita Estambul y se ponga a callejear por sus barrios, pronto se dará cuenta de un hecho que indudablemente salta a la vista: La cantidad de gatos que hay por todos los sitios. Hay gatos en las puertas de las casas, en los patios de las mezquitas, bajo las mesas de los restaurantes, esperando un pez que llevarse a la boca junto a los pescadores del puente de Galata… Además, todos ellos comparten una particularidad: Al contrario de nuestros gatos, los felinos turcos se caracterizan por su placida mansedumbre. Se dejan acariciar y ronronean al extraño. Incluso alguna gata se tumba a dar de mamar a sus cachorros en medio de la acera, ajena al bullicio predominante.
Los gatos son los reyes de la ciudad de Estambul
Aparte del evidente amor de los turcos por los mininos, que de por sí ya es un misterio, hay otra circunstancia, no tan evidente, pero sin duda  algo más inquietante.  Tal vez no salte tanto a la vista y uno se vaya de Estambul sin caer en la cuenta. Y no salta a la vista precisamente… ¡porque no se ve! . La abundancia de gatos tiene una contrapartida: ¡La ausencia de perros!
Bueno, “haberlos haylos”. De hecho, a veces forman jaurías de perros callejeros que vagabundean por la ciudad buscándose la vida. De hecho, yo mismo, pude observar una de estas “reuniones” por la zona del Hipódromo.  Alguno que otro, tolerado a medias, dormita en alguna acera o husmea en la basura. Lo realmente curioso de los canes estambulíes, es la ausencia del carácter de mascota. El concepto de perro faldero o del que se saca a pasear por el barrio, no parece gozar de mucho aprecio por aquí. El perro no es perro, es chucho. El sólo acto de ponerle una correa a tu bulldog y llevártelo a dar una vuelta por el parque de Gülhane debe ser considerado una excentricidad manifiesta. Posiblemente seas señalado con el dedo y, de ser hombre, alguno hasta dude de tu virilidad.
Todo este asunto de perros y gatos tal vez tenga una base histórica. Nos tenemos que remontar más de 100 años atrás hasta el año 1910. Turquía estaba aún gobernado por los sultanes y Mehmed V ocupaba el trono desde hacía un año. El país pugnaba por modernizarse, y de esta manera, equipararse al resto de países europeos. Estambul, la antigua Constantinopla, era la capital en aquel entonces, hasta que fue sustituida por Ankara. La ciudad, enclavada entre Europa y Asia, representaba y sigue representando un gran papel estratégico como llave entre los dos continentes. Hasta allí llegaban los viajeros europeos, especialmente franceses y británicos que a través del mítico Orient Express, inaugurado en 1883, desembarcaban en la estación de Sirkeci y que a su llegada esperaban encontrar una puesta en escena románticamente idealizada y de corte oriental. La desilusión, en muchos casos, tomaba forma nada más bajar del tren. A menudo lo que se encontraban estos viajeros occidentales era una ciudad caótica, sucia y ruinosa. Abundaban esos edificios construidos en madera que, en su decrepitud, se caían a pedazos y eran pasto de incendios. Para colmo de males, aquellos incipientes turistas, en su tour por la ciudad, pronto se daban cuenta de un molesto inconveniente a añadir, al ya de por sí, poco confortable panorama. ¡Aquella ciudad rebosaba de perros!



En aquel Estambul de principios de siglo, los perros eran todo un problema. Las jaurías recorrían la ciudad al ritmo de un coro de interminables ladridos. Frecuentemente se peleaban entre ellos y las peleas por la comida eran continuas y escandalosas. Los  vehículos y las personas se veían estorbados en su tránsito por los canes que se tumbaban (o peleaban) en medio de la calle ocasionando mil y una molestias. “No se moverían aunque el mismo Sultán pasara por allí” comentaba el escritor Mark Twain. A todas aquellas molestias, por supuesto habría que añadir los problemas de higiene derivados de aquella superpoblación canina: Parásitos, enfermedades como la rabia y el peligro de ser mordido por alguno de ellos.

La abundancia de perros debió ser un gran problema a principios del siglo XX


En su afán por modernizar la ciudad, las autoridades decidieron tomar cartas en el asunto para resolver el problema. Hoy en día, las autoridades sanitarias cuentan con recursos variados para que no llegue a darse una situación de este calibre. Pero en 1910, los medios y la mentalidad eran muy distintos a los de ahora.
Se propusieron varias soluciones. Todas pasaban por el exterminio más o menos controlado mediante la captura, estabulación y sacrificio de los animales. Incluso se propuso utilizar sus cuerpos para la industria farmacéutica, algo que era muy común en aquellos días en Europa. Todo ello suponía un problema logístico y costoso de abordar. Al final se adoptó una manera rápida y excluyente de resolver el problema. ¡Rápida, excluyente y… cruel!
Pero ahora es necesario dar un repentino giro a esta historia, para entrar en nuestro terreno. Vamos a visitar un pequeño archipiélago cercano a Estambul que no mucha gente conoce y por ello, quizás le dediquemos un capitulo en próximas ediciones. Se trata de las  llamadas Islas Príncipe o Adalar que es como las denominan los turcos. Es una excursión muy recomendable para aquellos que visitan la ciudad. Se trata de nueve pintorescas islas e  islotes que estan situadas a unos 20 km de la ciudad, en el  pequeño mar de Marmara.  En ellas, curiosamente, están prohibidos los vehículos a motor. Por tanto, únicamente puedes darte una vuelta en a pie, bici, caballo o burro. Buyükada es  la isla mayor, aunque apenas tenga una superficie de 6 km2.  y es un lugar delicioso para pasear. Por todas partes hay espectaculares mansiones y jardines repletos de buganvillas. Büyukada fue un lugar de exilio para algunas emperatrices bizantinas y León Trosky la habitó un tiempo.
Para llegar a las islas debemos coger un ferry en el muelle de Kabatas que te deja en Buyükada, aproximadamente, en una hora. Según nos vamos acercando a nuestro destino observaremos dos pequeños islotes hacia el este. A la derecha, (sería interesante llevar unos prismáticos) el más lejano de ellos  y que por su lejanía e insignificancia no debería llamarnos mucho la atención. Es el lugar donde queremos detenernos. Se trata de Sivriada, la isla maldita.

Las islas de Yassiada y Sivriada se perfilan en la lejanía



Nos habíamos quedado en el momento en que las autoridades habían decidido eliminar los perros de las calles de Estambul. Auspiciado por el entonces gobernador de Estambul se decidió hacer una batida por las calles de la gran urbe otomana con el fin de capturar a todo chucho que pudiera vagabundear por las calles. Para ello se echó mano de la comunidad gitana que se encargó de hacer el “reclutamiento” de todos los canes que pudieran ver vagabundeando por los distintos barrios de la ciudad. A cambio, lógicamente, recibirían  un pequeño salario. Nos podemos imaginar la terrible escena: Perros de todo tipo y toda talla que se acercarían al reclamo del “recolector”. Algunos dóciles y juguetones, otros con miedo. Alguno también con cierta hostilidad, propia del “perro viejo”. Pero uno tras otro, adultos y cachorros, acabarían dentro del zurrón. Aquella terrible comitiva de “hombres del saco” llevaría su infortunada carga a depositarla en algún lugar, posiblemente alguna nave cerca del puerto. Allí, los animales serían obligados , y no de muy buenas maneras, a entrar en jaulas. La escena se repetiría varias veces hasta limpiar, aparentemente, todas las calles.
La “solución final”, que tal vez inspiró el holocausto judío por parte de los nazis, unos años más tarde, consistía en recoger a todos los perros vagabundos, y enjaulados y llevarlos fuera de la ciudad. Allí donde no molestasen.
De los brumosos muelles partieron varios barcos repletos de jaulas con perros. Y supongo, ya lo habréis adivinado, el destino era la pequeña isla de Sivriada. El más pequeño y deshabitado islote de las islas Principe.  Un lugar, eso debieron pensar, donde no diesen problemas. Allí fueron desembarcados, más bien de mala manera, y allí fueron abandonados aquellos desgraciados animales. En las viejas fotos de la época se puede ver la isla abarrotada por miles y miles de perros. Se calcula que alrededor de 80.000 canes fueron deportados y  abandonados a su suerte en  Sivriada



¿Qué ocurrió después? En principio, nada. Pero al pasar los días, los estragos del hambre y de la sed comenzaron a hacer mella en los  infortunados habitantes de Sivriada. También se dieron casos de canibalismo. Al paso de un barco, muchos de los animales, enloquecidos se arrojaban al agua, siguiendo su estela y allí perecieron ahogados. Los coros de lastimeros ladridos y aullidos de agonía se oían a muchos kilómetros y el viento por las noches permitía que se sintiera en la ciudad. Este canto fúnebre pudo ser escuchado durante varias noches. Luego fue aminorando poco a poco hasta desaparecer totalmente. Después, un hedor insoportable llegó de la isla, también propiciado por el viento. Era el acre olor de miles de cadáveres en descomposición y que recordaba a los estambulíes su terrible pecado. Tanto es así, que el posterior terremoto de 1912 se pensó que era una maldición enviada por Dios por  aquel infame acto. 


Hoy Sivriada es un islote deshabitado. Si algún turista raro consigue llegar allí, será alquilando un barco o quizá un velero, bien desde Estambul o bien desde una isla cercana. Al llegar se encontrará una estela conmemorativa que en turco y en inglés nos resume lo que ocurrió en aquellos fatídicos días. 
Sivriada representa un destino casi olvidado incluso para el creciente movimiento animalista y un recuerdo de la crueldad del ser humano hacia aquél que siempre ha sido considerado "el mejor amigo del hombre. 
Estela conmemorativa en Sivriada
                                                                    

                                                                                ***

Para conmemorar el centenario de la masacre de Sivriada en 2010, el canal de TV. francés Arte produjo un magnifico cortometraje llamado Chienne d´histoire (Historia de perros) cuyo link adjunto a continuación.


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